Distinguir un rostro conocido de entre una multitud, ubicar enseguida el trébol de cuatro hojas en la nutrida floresta, advertir la aguja en el pajar. Hallar la anomalía en una escena armónica o percibir el matiz que hace la diferencia en un conjunto cromático. Descubrir en un gesto imperceptible una emoción que revela una respuesta encriptada. Encontrar, automáticamente, la contradicción, la discordancia, el disparate; localizar lo mal acomodado, la excepción que quebranta la constante. Todas ellas son las aptitudes de un buen observador, que con buen oído y mejor ojo es capaz de descifrar la singularidad dentro de lo habitual. El escritor, pensador y naturalista estadunidense John Burroughs (1837-1921) dejó para el mundo un fecundo y amor.